El domingo 26 de diciembre pude disfrutar de la nueva película de Sam Mendes, 1917. Nominada a 10 Oscars, 9 Baftas y ganadora de 2 Globos de Oro a Mejor Película de Drama y Director).
La cinta trata sobre dos suboficiales, Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) que son asignados para una misión de vital importancia para la guerra: llevar un mensaje al coronel de un batallón para evitar una trampa del enemigo, con el añadido que en dicho pelotón se encuentra el hermano del cabo Blake.
A primera distancia puede recordar un poco a la película “Salvar al Soldado Ryan”, en el momento en que a los suboficiales se les asigna esta misión y tiene prioridad para ellos el hermano de Blake. Pero hay un matiz muy diferente en esta película, y es que Mendes mete al espectador en la propia guerra. En muchas críticas uno de los puntos fuertes es el aparato técnico que usa para narrar la historia, que es la fotografía. Se nota la mano de Roger Deakins, director de fotografía de películas como “Blade Runner 2049”, “Cadena Perpetua”, “Revolutionary Road” o muchas otras de los hermanos Coen (“No es país para viejos”, “Fargo” y “O´ Brother!”). No es el mero hecho de que su composición sea bonita y estética, sino que narra.
Toda la película es un falso plano secuencia donde el espectador constantemente está acompañando a los protagonistas en esta misión, recorriendo escenarios y emociones en las que nos hace sentir un soldado más. Pero más allá de este uso de la cámara es la propia narración la que transmite, ya que según avanzamos con ellos, avanza la guerra también. De pasar de un plano de un campo verde, vamos pasando al barro por calderas que nos están dando a entender que el escenario ya no es natural, culminando en unas primitivas trincheras a un destrozado laberinto de la misma. Lo mismo ocurre con la guerra: vemos caballos muertos, luego tanques destruidos, aviones y una ciudad en llamas. Vemos cómo avanza la guerra hasta que penetra de las afueras hacia dentro.
Es la fotografía la que narra todo, pues no hay diálogos que destaquen, sino que sirven para impulsar a los protagonistas. Crecen conforme al avance, volviendo a hacer uso de la fotografía para explicarlo. Atraviesan malezas de metales, se meten en las profundidades de la línea enemiga hasta descansar y tomar respiro en la naturaleza. Tiene significado el proceso que hacen y cómo esos escenarios y situaciones cambian a cada uno. No es un conjunto de cosas puestas para impresionar, sino que es un viaje hacia lo más profundo de la guerra.
Aquí no vemos grandes batallas, sino cómo la guerra deja sus cadáveres y muertos vivientes y cómo la guerra cambia el entorno, la realidad y nos hace cambiar a nosotros mismos. Y todo este proceso lo vemos y sentimos gracias a esta técnica y uso de una fotografía que narra y simboliza más allá de la historia, de ahí su valentía de no quedarse en la guerra, sino de meterse en ella y ver sus consecuencias sin necesidad de tratar al espectador como idiota explicándolo todo.
La banda sonora destaca por la creación de atmósfera. No hay piezas memorables, pero sí hace que empuje la tensión o la sensación de algo épico. Lo mismo pasa con las actuaciones de los personajes. No son memorables, pero sí son efectistas para transmitir ese recorrido y crecimiento personal marcado por este camino. El desarrollo de los personajes es bueno, vemos cómo no son los mismos soldados tranquilos disfrutando del campo al pasar por esos horrores y tomar decisiones que les cambian por completo (de nuevo se ve en la fotografía, se ve reflejado de forma sutil).
A mi juicio es una película merecedora de dichos premios que se ha llevado. Una de las mejores películas bélicas antibélicas que se han hecho hasta la fecha, precisamente no por explicitar la guerra o adorarla, sino por meternos en los corazones de dos soldados que se adentran en lo más profundo de los horrores de la humanidad.
Javier Garay